domingo, 14 de octubre de 2012

16 de Julio: la feria, a las puertas del cielo

La feria que hoy concentra a cerca de 40 mil comerciantes ha sobrepasado el medio siglo de vida. En la gélida urbe alteña, en el extremo de la ciudad que colinda con la hoyada paceña y sede de Gobierno, migrantes campesinos y mineros empezaron a comerciar mucho antes incluso de que El Alto fuera catalogada como ciudad. Corría el año 1960 y el tradicional trueque era practicado por aquellos foráneos del campo al margen de la gran ciudad.

En un inicio, el improvisado mercado abarcaba una manzana, pero desde 1985, con la relocalización minera impuesta por el Gobierno del MNR a la cabeza de Víctor Paz, la cantidad de puestos y comerciantes aumentó paulatinamente. Los desempleados apostaron por la inversión de sus pequeños capitales, producto de la indemnización, en mercadería que sería ofertada a la empobrecida ciudadanía alteña compuesta por migrantes que por aquel entonces se desempeñaban generalmente como mano de obra proletaria. El Alto es una ciudad forjada por gente humilde y sacrificada de raíces aymaras. Y aquella amalgama de puestos modestos sería su shopping a cielo abierto.

Junto a las vías de un desaparecido ferrocarril que unía La Paz y El Alto, los negociantes de lo menesteroso empezaron a dar vida a esa colorida exhibición de sus productos: ropa usada, botellas, latas, menudencias en general. Los días elegidos para ver la luz eran los jueves y los domingos, como indica la tradición aymara.

“Yo me dedico al comercio por más de 20 años. Antes, esto no era una feria, nos juntábamos algunos vendedores para llevar algo a nuestras casas. Pero la cosa ha ido creciendo y con el tiempo uno fue aprendiendo a hacer negocio de todo”, dice Alfredo Aquise, hoy vendedor de automóviles que trae desde Arica por la ruta Tambo Quemado, quien se ufana de ofrecer sus autos con todos los documentos acorde a ley. “Apenas cruzamos frontera los nacionalizamos y los vendemos con todos los papeles de propiedad, como este que tiene todo en orden, ¿no quiere llevárselo?, se lo dejo en 12.500 dólares”, dice señalando un Mitsubishi blanco modelo 2007, de 1.500 de cilindrada. Un “autazo” que comparte el escaparate callejero junto a un puesto de DVDs de a dos bolivianos.

Don Alfredo es uno más de los del gremio 15 de Septiembre que reúne a cerca de 800 comerciantes. No están divididos por rubro, sino por sectores y en una misma área se distribuyen múltiples ocupaciones. Desde vendedores de automóviles como él, hasta personas como doña Maruja Mamani, que ofrece pequeños pomos de un líquido que asegura parcha llantas de bicicletas y pelotas de fútbol, a cinco bolivianos. Su capital no supera los Bs 400. “A veces hay venta y a veces no, tiene que haber suerte, es que hay mucha competencia”, dice sentada en su espacio que apenas supera el metro cuadrado.

A una corta distancia existe otro puesto atendido por un par de guardapolvados. Ofrecen una consulta gratuita para todo tipo de enfermedades, pero los medicamentos naturales que finalmente comercian tienen un costo de 10 a 20 bolivianos. Son estrategias de marketing muy bien sabidas por los especialistas en salud y nutrición de la empresa For Ever Living. "Venimos todos los jueves y domingos; nosotros llevamos talleres para la buena salud a través de una medicación natural”, señala Vilma Vásquez, quien junto a su compañero atienden a cerca de 50 personas por jornada.

El coleccionista

Dice que su adquisición más bizarra fue una vitrola marca Thomas Edison del año 1800, la cual adquirió en 200 dólares. Fue en Oruro que, junto a Potosí, son los principales destinos de Agustín Tintaya, quien viaja en busca de tesoros perdidos para venderlos en la feria. Bajo su tendero se exponen desde una ampliadora de fotos Kindermann (Bs 450) hasta un sellador inglés de la Comibol (Bs 220) o un reloj de ferrocarril (Bs 750) también inglés, pasando por un micrófono radial de mesa norteamericano Electric Voice (Bs 190).

“La gente me viene a ofrecer pero yo también viajo mucho a los pueblos; es que allí se encuentran cosas antiguas. Por suerte me va bien porque no tengo mucha competencia, somos tres en nuestro sector y quienes vienen más son turistas que seguramente venden lo que nos compran al triple, allá en Europa”, dice sonriendo Agustín, que entre otras cosas narra haber vendido pianos, arcabuces, candados de la colonia, candelabros, pinturas, billetes antiguos y otros.
Doña Celia Pinto es su competencia aunque las relaciones son más que joviales entre los dos puesteros. Ella también viaja mucho y exhibe entre su mercancía un curioso reloj de bolsillo Wetlock inglés (Bs 180) y una cámara espía rusa (Bs 150).

La Feria 16 de Julio es también un recomendable lugar para elegir vestuario. Si bien en sus inicios la misma estaba dirigida a las clases marginales, hoy en día se aprecia entre sus calles a personas provenientes de barrios bacanes paceños como Sopocachi y la zona sur, que asisten a la feria en busca de ropa norteamericana. “A veces te encuentras con marcas raras, que no llegan a las tiendas, y que están nomás en buen estado”, señala Jaime Montenegro, un DJ que vive en Los Pinos de la zona sur y que trabaja en un boliche de música electrónica en el “europeizado” barrio de Sopocachi.

Doña Natalia de Rojas es una de esas vendedoras de las Asociación Pacajes. Ella explica que trae la ropa desde Oruro “pero llega de Iquique. Viene por fardos (paquetes) que de acuerdo a la calidad de la ropa cuestan desde 45 a 200 dólares”, dice Natalia que oferta prendas norteamericanas, mexicanas, chinas y panameñas desde tres a 60 bolivianos.

Oro y plata

En la feria no existe un puesto policial ni personal de seguridad. Pero doña Alicia Blanco no tiene miedo en ofrecer joyas de oro y plata, de alto valor económico, expuestas sobre un aguayo que tiene como asiento la calle de tierra. Allí Alicia vende prendedores de oro 18 a 300 bolivianos y un juego de plata baja consistente en aretes, prendedor y ramillete, a Bs 550. "Vengo cuando ya hay gente y soy una de las primeras en irme, qué voy a hacer, tener cuidado nomás, este es mi capital y es con lo que mantengo a mis tres hijos”, dice la vendedora de las Asociación 20 de Octubre que reúne a alrededor de 300 comerciantes. Alicia se queja de la desatención de parte de las autoridades municipales. “Hemos pedido que asfalten, a veces llueve y tenemos que vender sobre el barro”, comentó.

Como un contrasentido más de la vida, enfrente de la minorista de joyas atiende una avejentada señora con una stock más que peculiar: grasa de mula para atender el reumatismo a cinco bolivianos por pedazo, y pepas de “chilto” (semillas) que según la vendedora ayudan a mejorar el habla de los niños. El montón de más de 20 pepas a dos bolivianos.

El drama social también es arrebatador. Varios niños hacen de administradores de los artículos de sus padres, comprometidos en otras ocupaciones. Juana y Miguel venden pesadas herramientas de construcción al filo de un camino hacia el barranco. En la semana estudian, pero los domingos trabajan desde las siete de la mañana hasta las seis de la tarde.

Entre libros de Alvin Toffler a 15 bolivianos (La tercera ola), Carlos Montenegro a 20 (Nacionalismo y coloniaje), la feria también oferta material educativo. Desde papel madera hasta las tapas de carpeta, es posible completar la lista de útiles en aquella librería destechada.

Pero, entre otros textos usados y demás papelería, también se pueden encontrar algunas tesis de universidades privadas y estatales. Impresas y en digital. Su precio, cinco bolivianos. “Aquí joven elíjase nomás, siempre vienen a llevarnos estudiantes, no hay ningún problema, hay de Derecho y Comunicación”, dice la vendedora que apila proyectos de graduación junto a repuestos de televisores a transistores, botellitas de vacunas y cargadores usados de celular.

Se inició como un encuentro para el trueque

- Los primeros comerciantes practicaban el trueque, mecanismo de intercambio de productos que utilizaban para poder subsistir frente a la crisis económica.

- Los campesinos también comercializan ovejas, chanchos y burros.

- Actualmente la feria abarca cerca de 335 hectáreas de la ciudad de El Alto y su área de exposición se calcula en 25 km2, convirtiéndola en la más grande de Bolivia.

- Existen al menos 100 abogados que tienen oficinas en las cuadras donde se venden los vehículos, para realizar los trámites de la compra y venta.

- Según la Alcaldía de El Alto, se recauda alrededor de 200.000 bolivianos por mes por cobro de “sentaje”.
La feria mueve por mes alrededor de 2 millones de dólares.


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