La fiesta de la Alasita (comprame, en aymara) tomó ayer la ciudad de La Paz. Hasta horas de la noche se sentía el olor a sahumerio por las calles. Se vendió y compró miniaturas, billetes, sapos, casas, ollitas de la fortuna, gallos y carros en muchas esquinas, calles y plazas de la urbe.
Las plazas Murillo, Avaroa, San Francisco, Sucre, el Estadio Siles, además de la avenida 6 de Agosto, el paseo de El Prado y otros fueron tomadas por los vendedores que ofrecieron deseos innumerables a paceños de distintos estratos sociales.
En algunas vías se cortó el tránsito vehicular. Los carros no pasaron por la avenida Bolívar ni por la Camacho. En cercanías a la plaza Murillo sólo había una multitud de peatones que paseaba por la calles buscando sueños para hacer realidad.
Esta tradición se ha convertido en una costumbre cada vez más extendida y practicada de año en año con mayor devoción. Por eso, delimitar los espacios físicos dedicados al ritual de crear abundancia para el resto del año fue una misión imposible.
Bendición y sahumerio
Poco antes de las doce del mediodía, el ambiente se tornó frenético, la gente se apresuraba en comprar sus últimas miniaturas y corría a buscar a algún yatiri que las bendiga, las rocíe con alcohol, les eche pétalos de flores, blancos o amarillos, y hojas de coca. Los yatiris acudieron por centenares a la feria y el sonido de las pequeñas campanitas que tocan después de su bendición se superpuso ayer a los murmullos de los que rezaban y bendecían deseos. A las doce reventaron cohetillos y las bendiciones se sucedieron una tras otra. Hombres, mujeres y niños esperaron en filas interminables su turno para la bendición. Algunos yatiris leían la suerte en coca sobre un paño o aguayo extendido en el piso; otros incluso tenían sullus de llama para garantizar la realización de deseos mayores, quizá difíciles de cumplir.
Fiesta, plata y comida
Poco a poco los murmullos dieron paso a la algarabía. En la entrada de la feria se instalaron parlantes en los cuales sonó la voz del Papirri: “Alasita alarila, rebaja casera...”. Lo que abundó en todos los puestos, lo que más se vendió, compró y regaló fueron los billetes en miniatura. “Antes, hace años, había más miniaturas, ahora la Alasita se ha convertido en un culto al dinero”, dijo Petrona Llanque, una mujer que vende casitas.
Después del ritual, los visitantes almorzaron en la feria. En los espacios de comida no cabía ni un alfiler. La comida abundaba, los platos de falso conejo, charque de llama, plato paceño, pollo y cerdo se sirvieron a centenares y en porciones gigantescas.
A la vez, algunos cantantes paseaban por entre las sillas y mesas cantando música folkórica.
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