Mañana el Hotel Torino, en La Paz, será una fiesta. Tal y como ocurre cada 24 de enero, el Ekeko volverá a reencontrarse en este céntrico establecimiento con sus amigos, una pareja de yungueños que —como hace más de 20 años— llegará cargada de coca, cigarrillos y periodiquitos. “Ellos siempre conversan, se ríen, fuman y se ponen al día sobre las noticias del país”, señala Mario Urdininea, mientras ataca con una de sus manos el polvo que ha velado en los últimos 12 meses a las tres figuras de yeso.
El copropietario del hotel asegura que fue en esta casona colonial donde nació, en 1781, la devoción citadina al diosecillo andino. Para recordar este acontecimiento, Urdininea y sus trabajadores han preparado —para mañana a mediodía— una gran celebración en el Torino, ubicada a unos pasos de la plaza Murillo. “Es un gran acontecimiento, pues fue en esta casa donde renació el Ekeko”, enfatiza emocionado.
Sobre el origen del Ekeko ha corrido mucha tinta. A saber, que era una especie de deidad de la fortuna y de la prosperidad entre los collas, mucho antes de la llegada de los primeros españoles al Nuevo Mundo. Su figura, sin embargo, ha sido representada de distintas formas, más que todo a través de illas e ispallas (una especie de amuletos). “Se le daba la imagen de un hombre panzudo con un casquete en la cabeza unas veces. y otras con un adorno de plumas o con un ch’ullu”, describía el historiador Rigoberto Paredes. Vinculado, asimismo, con la fecundidad, se lo puede apreciar en otro tipo de figuras totalmente desnudo y exhibiendo el pene erecto.
Lo evidente es que la devoción en el área urbana se remonta a la Colonia, cuando los habitantes de La Paz celebraron en la fiesta de las miniaturas, Alasita, en 1782, el haber sobrevivido, meses antes, al cerco indígena de nueve meses, que fue liderado por el caudillo aymara Túpac Katari.
Fue el gobernador Sebastián Segurola quien estableció que el festejo de las miniaturas se traslade del 20 de octubre al 24 de enero. La tradición oral señala que el Ekeko fue venerado en Alasitas por haber mantenido abastecida de alimentos a una de las familias tradicionales paceñas. Mario Urdininea asegura que esa familia era la de Francisco Diez de Medina, propietario de la casona donde ahora se encuentra el hotel Torino, en la calle Socabaya.
El milagro del diosecillo
El cerco indígena de 1781 fue el más duro de la historia altoperuana. Miles de aymaras cerraron todo vínculo de la ciudad con el mundo exterior. Poco a poco, los alimentos escasearon. La gente moría, literalmente, de hambre en las calles de la pequeña urbe, tal y como lo narraron los cronistas de la época. Sin embargo —según Urdininea— en la vivienda de los Diez de Medina la situación era distinta. Los alimentos nunca llegaron a faltar durante el asedio de los rebeldes. Este hecho fue a consecuencia de la relación amorosa que se dio entre la sirvienta de la familia y uno de los indígenas que luchaba en el bando de Túpac Katari.
“Él se daba modos de llevar legumbres y tubérculos hasta la casa de su amada en la madrugada. Cuando le preguntaban a la muchacha de dónde provenían esos alimentos, ella callaba y hasta llegaba a mentir, pues sabía que no podía revelar que era gracias a uno de los indígenas que se hallaban cercando la ciudad. Después de tanto cuestionamiento, sin embargo, a ella se le ocurrió acudir al mito aymara del Ekeko, la deidad mitológica de la abundancia y de la prosperidad.
Ella les aseguró que el diosecillo siempre acudía para satisfacer las necesidades de la gente. Les aseguró que el Ekeko era el responsable de que no hubieran faltado los alimentos en esa casa”, cuenta Urdininea.
Una vez aplacada la rebelión, la familia Diez de Medina organizó una gran celebración para honrar a la pequeña deidad andina. “La devoción al Ekeko nació en esta casa y, de aquí, se extendió. Con el pasar de las décadas, se hizo una tradición paceña que es celebrada hoy por los bolivianos en varias partes del mundo”.
La historia esgrimida por Urdininea no cuenta con documentos de la época que lleguen a corroborar su veracidad. Aunque similar hecho fue descrito —a modo de relato— por Antonio Díaz Villamil (1897-1948) en el libro Leyendas de mi tierra. Sin embargo, el autor paceño señala en su texto que fue en la casa del gobernador Sebastián Segurola donde se sucedieron los hechos relatados en esta página, y no menciona a la familia Diez de Medina.
“Entre los nutridos y solemnes festejos con que la ciudad liberada celebró la nueva etapa de paz y de progreso, tienen especial importancia para nuestro relato dos acontecimientos: el primero fue la ordenanza que dictó Segurola para que, de allí en adelante, la feria que hasta entonces se celebraba el 20 de octubre, aniversario de la fundación de la ciudad, se trasladara al día 24 de enero, como piadoso homenaje de gratitud a Nuestra Señora de La Paz, bajo cuya protección y favor, la ciudad había sobrevivido a las tremendas calamidades.
Y segundo, que, además, en dicha feria tuviera preferencia la venta o trueque del Ekhekho, el fetiche indígena modernizado según el modelo que el mismo Gobernador exhibió en un sitio adecuado. No explicó el señor gobernador mayores razones sobre la adopción del fetiche, pero aseguró, a fe de su palabra, que quienes lo adquirieran y lo llevaran a sus hogares, tendrían un amuleto para su buena suerte”, escribió Díaz Villamil. El novelista describe que la primera figura del Ekeko en ser presentada en la feria de Alasitas fue realizada —basada en la figura de un encomendero de apellido Rojas— por el novio de la sirvienta, que mantuvo abastecido de alimentos al hogar de los citadinos, y que así salvó de la hambruna a la familia Segurola.
Urdininea, sin embargo, asegura que fue aquí, en la casa construida por Francisco Diez de Medina; “donde en 1781 renació el milenario mito aymara del Ekeko... Y lo más lindo, todo fue por amor”, manifiesta.
Pista de patinaje y música
Los 1.500 metros cuadrados que dan vida al Hotel Torino están llenos de historia. Esta estructura es una de las más antiguas de La Paz. La construcción de la planta baja, donde se encuentra un patio interno, se inició en 1626. Así lo corrobora una inscripción que se muestra en uno de los arcos de piedra. “Francisco Diez de Medina, el dueño, tenía mucho poder político y económico. Era dueño, además, del actual edificio donde se encuentra el Museo Nacional de Arte. Este personaje hizo una gran fortuna a través de la explotación de la coca de los Yungas paceños”.
Las palabras de Urdininea parecen remitir a la figura de Francisco Tadeo Diez de Medina y Vidango (1725-1803), quien fue alcalde ordinario de La Paz en dos oportunidades y oidor de la Real Audiencia de Chile. Según los datos históricos, después de la fallida rebelión de Túpac Katari, él fue una de las autoridades que ordenó el descuartizamiento del líder indígena. En su sentencia de 1781, declaró: "Ni al rey ni al Estado conviene, quede semilla, o raza de éste o de todo Túpac Amaru y Túpac Katari por el mucho ruido e impresión que este maldito nombre ha hecho en los naturales de la región. Porque de lo contrario, quedaría un fermento perpetuo".
Paradójicamente el hijo de Diez de Medina, Clemente, combatiría en el siglo XIX en el bando independentista, durante la larga guerra de la emancipación.
Según Urdininea, el cerco de 1781 obligó a la familia Diez de Medina a parar la construcción de la casona familiar. Se puede observar los pilares inconclusos de piedra que, luego, fueron terminados con ladrillo. La fachada se hizo una vez acabada la Guerra de la Independencia, ya con las características de la arquitectura republicana.
“Hacia 1825, el edificio quedó en el limbo porque los propietarios abandonaron el país. En 1835, un nuevo dueño continuó con la construcción, y de allí en más se desconoce a ciencia cierta sobre las personas que vivieron en esta casa”.
En 1940, la estructura pasó a manos de la familia Peñaranda y, posteriormente, en los años 60, al linaje Peñaranda-Urdininea. Sin embargo, desde 1935, este espacio alberga un emprendimiento comercial, el Torino, uno de los hoteles más antiguos que funcionan en La Paz.
Fue el italiano Francisco Ponta quien inició esta empresa en el año 1917. Entonces, el Torino se encontraba en la avenida Montes, pero una riada destruyó la infraestructura y obligó al europeo a trasladarse hasta la vivienda ubicada en la calle Socabaya. “Lo más exclusivo de la sociedad paceña visitaba estas instalaciones. Todo era exclusivo. El restaurante, por ejemplo, era conocido por su excelente menú que incluía platos italianos, españoles y franceses. Esta empresa celebrará 94 años este 2011, ya que desde 1917 no ha dejado de funcionar”.
El hotel cuenta con cerca de una centena de habitaciones para alojar a los turistas europeos, quienes son los que en mayor medida llegan hasta este espacio. Destacan una serie de esculturas realizadas en bronce que se muestran en el segundo piso, entre las columnas de piedra. El patio, donde ahora se encuentran las mesas de uno de los restaurantes del Torino, fue utilizado por el presidente Mariano Melgarejo para guardar sus caballos. En los años 40, allí se construyó la primera pista de patinaje de la ciudad. “Se alquilaban los patines y la muchachada se deslizaba mientras un conjunto de músicos interpretaba valses y tangos en vivo”.
Entre las figuras artísticas que derrocharon su talento en el hotel Torino se encuentra Néstor Portocarrero, el compositor del que es considerado el segundo himno de La Paz, el tango Illimani.
Las artes siguen presentes en este espacio, gracias a las actividades impulsadas por el Centro Cultural Torino. Desde la mañana, se llevan a cabo en sus ambientes talleres de música, de canto y de danza. Para este año se tiene previsto, asimismo, inaugurar unos cursos de teatro.
El hotel cuenta con varios salones, como el de Los Espejos, que aún guarda las estructuras, lámparas y cortinas de la época republicana; además de los pianos que sirvieron para amenizar las fiestas.
Son estos instrumentos musicales los que, de cuando en cuando, parecen cobrar vida por sí solos. “Algunas noches se puede escuchar en el piano viejas canciones, pero cuando uno se acerca, no hay nadie sentado allí. Hay huéspedes que han sido testigos de esto, pero no se asustan”, asegura Manuel Calisaya, quien lleva una veintena de años trabajando en el hotel.
El actual administrador del Centro Cultural Torino señala que, en más de una ocasión, las cámaras de seguridad instaladas en los pasillos han captado extrañas manchas. “Tienen figuras humanas, parece como una procesión de religiosos, pero no se les nota el rostro. Me dijeron que antes aquí había un túnel que conectaba esta vivienda con una iglesia del centro de La Paz. Creo que se trata de espíritus benignos”, argumenta Urdininea.
Nada de fantasmagórico hay, sin embargo, en el Ekeko y su pareja de yungueños que ya adornan el patio del Torino.
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