viernes, 19 de agosto de 2011
Alasitas de antaño fue creada como un juego para los niños
En la octava festividad de la Virgen de Urkupiña, (ocho días después de la fiesta) el 24 de agosto, se celebraba la Feria de Alasitas, exclusivamente con niños y niñas. Hojalateros, costureras, agricultores, presidiarios, carpinteros y todos los parroquianos se encargaban de elaborar las miniaturas que en la “pequeña fiesta” eran intercambiadas por los “billetes de calvario”.
El diácono permanente de la parroquia San Ildefonso, José Bellot, relata que esta tradición inicia en la década de los años 20 del siglo pasado. “Había una fiesta para los adultos y las Alasitas era más bien una fiesta para los niños”.
Pequeños mercaditos e inolvidables juegos de antaño eran la atracción de los más pequeños. Hugo Santa Cruz recuerda el juego de la perinola, una especie de hexaedro de madera que baila como un trompo y cuando cae da una orden.
Las primeras alasitas se realizaban en la galería sur de la plaza principal 15 de Agosto. “Los comerciantes no existían, era una verdadera fiesta para nosotros. Con los billetitos de calvario podíamos comprar comiditas o juguetitos que traía la gente”, rememora Santa Cruz.
Los billetes de calvario, llevaban impresa la imagen de Urkupiña e incluían frases y coplas alusivas a la fecha. “La imprenta Cuenca instalaba un puestito con su letrero que decía: Banco Central de Alasitas”, recuerda Rosalía Guz-mán.
La utilización de materiales locales en los juguetes era la muestra máxima de la creatividad y cariño que los parroquianos ponían a esta actividad. Los marlos y mazorcas de maíz fácilmente eran transformados en muñecos y los coches se construían con latas de sardina y carretes de hilo como ruedas.
Los juguetes más cotizados eran los de hojalata y los fabricados por los reclusos de la cárcel de San Pablo. Colectivos, volquetas, carretillas, palitas, picotitas, jarritas, platitos y una infinidad de miniaturas cautivaban a los más pequeños.
“Yo llegué a Quillacollo el año 1985 y para mi familia era toda una novedad llenar la canastita con las verduritas y frutas. Llegando a la casa, mis hijos seguían jugando con eso”, dice Miguel Dalenz, oriundo de Oruro.
“Era un juego, la finalidad era el juego para los niños, en torno a la fiesta de Urkupiña”, afirma Bellot. El 24 de agosto, la imagen de la Virgen era sacada del templo a la glorieta al centro de la Plaza. Era el bazar de la Virgen y, desde lo alto, se remataban las ofrendas que los parroquianos hacían a la mamita de Urkupiña. ¡Esta canasta de frutas a 1.000 pesos !, ¡la tortita a 500 pesos!, gritaba José, para entonces sacristán de la iglesia
Al día siguiente, el 25 de agosto, las comerciantes trasladaban a la Virgen al mercado central para continuar las Alasitas. El remate fue una iniciativa para generar ingresos y avanzar en el proyecto de construcción del templo. “La parroquia no tenía ningún ingreso.
Todo esto no era más que el troje (depósito de maíz y otros) de una ex hacienda española, de la familia Lafaye”, explica Bellot.
La satisfacción de participar en comunidad y en torno a la fe de la Virgen era la única retribución que motivaba a los parroquianos en las alasitas. “En el remate la gente por cariño dejaba una donación y se iba con la satisfacción de llevarse un recuerdo de la Virgen”, señala Santa Cruz.
Maximiliana Guzmán, es vecina de la localidad de Quiroz Rancho, Vinto y cuenta que todos los años, desde la época de sus abuelos, cosechó las verduras y frutas más pequeñas de su huerto para las Alasitas. “En todos los espacios se llenan las qhateras (revendedoras) y ya no puedo intercambiar con la gente, pero sigo llevando lo que puedo, porque así siempre hacíamos en mi familia”, expresa Maximiliana.
Cuando llega a la Plaza, sus productos son arrebatados por las comerciantes que quieren comprarle sus verduras. No le queda más que venderlas ya que en la Plaza todos los espacios fueron vendidos por la Alcaldía.
Maximiliana, siguiendo la tradición, compra una canastita, regatea, pide yapa, compra alimentos, se sirve un platito de comida, junto a un casquito de garapiña. Luego los lleva a los pies de la Virgen para bendecirlos. “Trato siempre que toda la familia coma lo que voy a cocinar con estas verduras, porque están bendecidas”, concluye.
Revalorización
Alasitas de antaño
La Alcaldía de Quillacollo,
a través de la dirección de Cultura, organiza las “Alasitas de Antaño 2011”, que por tercer año consecutivo busca revalorizar las costumbres de antaño. La actividad se desarrollará el miércoles 24 en la calle 14 de Septiembre entre las calles General Camacho y Soruco de 9:00 a 12:00 horas.
Educación
La Dirección Distrital de Educación de Quillacollo y 15
unidades educativas promueven que niños y niñas de la segunda sección del nivel inicial participen como vendedores y compradores. “Con esta feria los niños aprenderán el valor de los billetes, sumar y restar”, explicó el director de Culturas de Quillacollo, Álvaro Bolaños. La Cooperativa Quillacollo otorgará a los niños cheques de gerencia de juguete que intercambiarán por billetes de calvario.
Para adultos
Este año las Alasitas de adultos se traslada a la avenida Martín Cardenas, desde la vía férrea hacia el sur. Ayer se distribuyeron más de 4.000 puestos.
Prácticas foráneas cambian la esencia
La invasión de costumbres ajenas a la festividad de Urkupiña, cambian la esencia de las Alasitas de antaño. El abogado Hugo Santa Cruz dice que la
ch’alla y la q’oa son costumbres propias de los aymaras y que muchas veces dan origen a la borrachera, que distorsiona la esencia de esta feria.
En la población quechua, la ch’alla es concebida como un convidar a la Pachamama y sólo se echaba a la tierra y no los chorros de cerveza como se lo hace ahora. Sin embargo, el mayor cambio es el mercantilismo expresado en los más de 15 mil comerciantes y los elevados precios de cada producto.
“Antes en las Alasitas no pasaban más de 500 personas, entre los que traían sus productos y los que intercambiaban con los billetes de calvario. El dinero, simplemente no existía”.
Antes el quillacolleño llegaba a las Alasitas con cantaritos de chicha y ahora los comerciantes llegan con camionadas de latas de cerveza.
En este ambiente mercantil, el sentimiento de la gente también se ve afectado. “La gente sólo pide y pide, ya no comparte”, dice Santa Cruz.
Después de conflictos de comerciantes con la Alcaldía, la Intendencia bajó el sentaje de Bs 50 a 30.
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