El reino de la piratería tiene un nombre en la capital argentina: La Salada. Un mercado que cada lunes, jueves y domingo recibe a unas 300 mil personas y que mueve casi 10 millones de dólares semanales. Allí se vende ropa de marca, pero plagiada. La mayoría, importada ilegalmente o fabricada y comercializada por bolivianos. Allí llegó Informe La Razón.
Seguridad. La cita está prevista para las 09.00 en Lomas de Zamora, a unos 50 minutos en taxi desde la avenida Corrientes de Buenos Aires. La orden es clara:
“No se muevan, allí llegará un carro de seguridad privada que les traerá con nosotros”. Los “nosotros” son los administradores de La Salada. Con una puntualidad inglesa, llega un vehículo de dos puertas, con apariencia de ser una patrulla pintada. Al frente del volante se encuentra “Escóbar”, a secas, argentino que con tono amable nos invita a ingresar al coche.
Vía handy, Escóbar anuncia que ya hizo contacto con los periodistas y que todo está OK. Al comienzo, el camino está expedito, luego viene un atolladero vehicular y el conductor disminuye la velocidad, se acomoda los lentes oscuros y pregunta: “¿Qué se sabe de La Salada?”
Mery Saravia nació hace 51 años en la localidad potosina de Llallagua y en 1986 no sabía qué iba a hacer con su vida; así, en busca de alguna oferta laboral se fue rumbo a Argentina. “Anduve por Formosa, Misiones y me puse a vender ropa en la frontera”, cuenta en su puesto de Urkupiña, una de las tres zonas de la feria, junto a Punta Mogote y Ocean.
Al empezar los años 90, Saravia dio el salto hacia Buenos Aires y unió su vida con el paceño Gonzalo Rojas Paz, considerado el padre de este espacio informal.
“¿Informal, informal? No. En su tiempo quizás era informal, pero ahora está todo legal: pagamos impuestos como empresa y pagamos todo. Los socios, los vendedores, pagan. Somos agentes de retención y fiscalización. A la Alcaldía pagamos unos 70 mil dólares al mes”, replica la mujer, quien ya adoptó como suyo el acento del vecino país.
Diferente opinión tiene Estados Unidos, que el año pasado ubicó al sitio entre los más grandes mercados de “piratería, fraude y falsificación de marcas” en el mundo; un “paraíso de las mafias” donde “bandas criminales operan con libertad y sistemáticamente se violan las regulaciones de Propiedad Intelectual”. Para la Unión Europea es “el emblema mundial del comercio y la producción de bienes ilegales”, y facturaría más de 650 millones de dólares al año.
Aguayos. Todo comenzó entre 1991 y 1992, cuando 36 bolivianos llegaron hasta Puente 12, en Lomas de Zamora. Sobre la acera desplegaron aguayos para vender la ropa que costuraban. La Policía los tenía en la mira y ellos sólo atinaban a levantar su mercadería y correr sin parar. Y cuando los agentes se iban, los vendedores volvían y se repetía la escena. Eran otros tiempos, hoy La Salada es casi intocable y se apoderó del terreno con aguas termales salinas que le dieron el nombre a la zona.
El orureño Carlos Andia recuerda bien la génesis de todo esto. “Fue Gonzalo quien desprendió de la cadena de (explotación a) los bolivianos y, así, nosotros pasamos de ser simples obreros a comerciantes fabricantes de ropa e indumentaria. Él fue pionero de ferias y dio el puntapié inicial al boom de La Salada”.
Además, el comerciante paceño era un devoto de la Virgen de Urkupiña, por eso el Paseo de Compras tiene el nombre de la patrona cochabambina.
En el trayecto cercano al mercado, los vecinos salen a la calle y ofrecen sus aceras para aparcar coches. “Todos se benefician con La Salada”, comenta Escóbar, el chofer, con un dejo de orgullo. Los bocinazos generan un ambiente caótico. Él tiene la vista en la ruta y explica que nadie se debe preocupar por la seguridad del sitio, resguardado por más de 300 uniformados privados y carabineros que patrullan a pie y en motorizados. No obstante, los compradores se han convertido en un botín para los asaltantes. El último golpe ocurrió el lunes 16, cuando un grupo de falsos policías interceptó una combi y robó 139 mil pesos argentinos, unos 34.700 dólares, a los pasajeros que se dirigían a este lugar.
Después de 20 minutos en el congestionamiento de coches, aparece un espacio al aire libre destinado al parqueo. Allí están los buses de la feria. Aquel primer domingo de abril, unos 50 carros se encontraban estacionados en la sección de la zona de Punta Mogote. También se aprecia vendedores ambulantes y algunos “manteros” (gente que despliega su mercancía en mantas) instalados sobre las aceras.
La Salada opera en la madrugada cada lunes y jueves, y en domingo, durante la mañana. Sus tres zonas tienen ambientes cerrados y cada una mide más que dos estadios de fútbol. La imagen visual es similar a los mercados populares de la Huyustus paceña o de Barrio Lindo, en la ciudad de Santa Cruz. Se estima que todo el predio mide 20 hectáreas; aunque, como aclara Escóbar, las cifras no cuadran porque cada vez hay más comerciantes.
Guillermo Justo es uno de los “capos” de Punta Mogote. Como buen anfitrión, nos da la bienvenida y asume el rol de guía. Lo primero que resalta son las gradas eléctricas que usan los vendedores para llevar la ropa de un piso a otro. Los ventiladores trabajan sin cesar para disipar el calor. “Tenemos más cámaras de seguridad que los estadios de fútbol de Boca y River juntos”, dice el argentino, que admira el trabajo de los bolivianos. “Nadie labura como ustedes, no aflojan ante la lluvia, la piedra o el barro. Laburan con el hijo cargado”.
La administración de la feria es boliviano-argentina y quien da la cara por el conjunto es el bonaerense Jaime Castillo. La mano de obra boliviana es la principal fuente de provisión de indumentarias ofertadas en este centro económico. A la par, los representantes de las zonas Urkupiña y Punta Mogote afirman que de los 20 mil comerciantes, 16 mil son bolivianos y que más de un millón de personas, la mayoría compatriotas, come gracias a La Salada.
Allí, el costo del derecho de piso es uno de los más altos de Argentina. Un puesto vale decenas de miles de dólares, según los entrevistados; y el alquiler asciende a entre 1.500 y 3.000 dólares. Aunque es poco común que los comerciantes estén dispuestos a soltar su mina de oro. Por ejemplo, cuando planteamos a un vendedor de pantalones el pago de 100 mil dólares por su “tienda” levantada sobre tres metros cuadrados, responde con un “ni loco”.
Los pequeños anaqueles exponen ropa con marcas falsificadas, ante todo. En cada uno hay entre dos y tres comerciantes. No hay rebaja “al menudeo”, excepto cuando la transacción es “al por mayor”. Entonces, los vendedores sacan bultos de algún almacén cercano. Aunque no es el único material “trucho” puesto a merced de la masiva clientela. En las vías públicas aledañas se ofertan discos compactos musicales, perfumes y más piratería.
La Asociación Argentina de Lucha contra la Piratería denuncia que más del 80% de los productos en La Salada son piratas. A fines de 2011, la Cámara Argentina de Comercio (CAC) determinó en un informe que el 50% de las mercancías de las ferias bonaerenses son falsificadas o de dudoso origen. Incluso, la Cámara Argentina de Indumentaria para Bebés y Niños reclama la regulación de estos mercados porque perjudican el trabajo de las firmas nacionales.
El economista jefe de la CAC, Gabriel Molteni, ratifica que espacios como
La Salada son un nicho para la piratería y la venta ilegal de mercadería, que se extendieron más a partir de la crisis económica que asfixió a los argentinos en 2002.
Señala que gran parte de la ropa con marcas falsificadas proviene de talleres de costureros y, en menor medida, del contrabando ilegal. Al respecto, un estudio de la Unión Europea apunta a que los artículos son internados desde China, Paraguay, Bolivia.
La llallagüeña Saravia confirma que hay puestos que reciben ropa producida en territorio boliviano. No obstante, los principales proveedores son talleres de costura locales que, generalmente, están inundados de inmigrantes bolivianos (se calcula que hay dos millones de compatriotas en Argentina) que escapan de su país por los bajos ingresos económicos y que, muchas veces, son objeto de explotación laboral por parte de propietarios de estos centros.
Ni hablar de piratería o informalidad para Saravia. Menos para el otro administrador de la zona Urkupiña, el argentino Enrique Antequera, quien subraya que gracias a este mercado la mayor parte de la población puede vestir prendas de calidad, a precios mínimos. “¿Quién va a pagar 500 o 600 pesos (entre 120 o 150 dólares) por un vaquero?”, pregunta.
Coincide Guillermo Justo. “Éste es un trabajo en familia. Paramos para comer, laburamos ocho horas y si necesitamos diez, pues diez, laburamos para nosotros. A veces doblamos la mercadería en el puesto y el producto es bueno, usamos la misma lona (de las marcas legales) y lo único que no tenemos es publicidad, televisión y eso”, dice. “No se fomenta la piratería”, añade, “cada 15 días pasamos con un escribano y si hallamos uno que vende ‘truchos’, hacemos acta y denunciamos”.
Los administradores entrevistados aseguran que cualquier “pirata” o falsificador inmerso en la feria es enviado a las autoridades, empero, tampoco ponen las manos al fuego por todas las personas que se instalan en el imperio de La Salada. “Si alquilas un puesto es como que alquilas una casa, y si después, al que le alquilas vende drogas, ahí es su problema, es lío del que alquilaste”, grafica Justo.
Para la Confederación Argentina de la Mediana Empresa, La Salada y otros mercados similares evaden tributos por más de 2.700 millones de dólares y son un “peligro”. Según un documento filtrado por el diario La Nación, la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos determinó que Argentina puede perder más de 20 millones de dólares al año en beneficios comerciales si prospera una denuncia por “práctica desleal” promovida por dos empresas locales contra esta feria bonaerense.
Es que la “práctica desleal” está a la vista del público. En los pasillos de La Salada hay indumentaria con variedad de marcas plagiadas. Por ejemplo, de la firma Puma, Lacoste y de otros emporios multinacionales; poleras de la selección argentina de fútbol, de clubes famosos como Boca Juniors, River Plate, Real Madrid, Barcelona; zapatillas Nike, Adidas, Reebok. Y las compañías estadounidenses perjudicadas ya hicieron llegar sus denuncias ante la Cámara Argentino-Norteamericana (AMCHAM).
La Asociación Argentina de Marcas y Franquicias elaboró un listado de las marcas de ropa más perjudicadas por los plagios ofertados en La Salada. Sobresalen la marca argentina Cardón, Nike, Adidas y Puma, en el rubro del deporte; las marcas sport Lacoste y Polo; además de prendas que llevan el sello “trucho” de Legacy o
La Martina. Y la entidad señala que hasta el año pasado no se pudo realizar un solo operativo exitoso contra la piratería en este espacio comercial. Molteni comenta que la feria exhibe productos piratas que cuestan la mitad de los originales. Los vendedores aseguran que éstos no tienen nada que envidiar a los de las grandes empresas porque se emplea el mismo material de fabricación.
El administrador de Punta Mogote, Guillermo Justo, especifica que los bolivianos son los mejores textileros en Argentina; pero los expertos en la elaboración de calzados deportivos son paraguayos.
Ante las observaciones de los empresarios argentinos, la comerciante Saravia afirma que “hay mucha falsedad” tras estas críticas y lanza un reto que contradice su visión de que La Salada no es un centro informal, de mercancías “truchas”: “Si ellos (los empresarios) quisieran, pueden limpiar (de piratería) esto. La situación está en sus manos y lo demás es charla”.
La normativa argentina castiga con entre tres meses y dos años de prisión la falsificación o imitación fraudulenta de una marca registrada. No obstante, La Salada le ha doblado el brazo al Estado y a las autoridades. “Es intocable”, sentencia Molteni, quien informa que la Cámara Argentina de Comercio sólo conciencia a la sociedad y los representantes de la Justicia y la Policía para que tomen cartas ante la piratería y el contrabando ilícito.
Expansión. “En los hechos, no hay voluntad política para resolver estos temas”, complementa Molteni. Y advierte que La Salada ha ocasionado la proliferación de otras pequeñas ferias en Buenos Aires, que reciben el nombre de “saladitas”, donde se revende lo comprado en Lomas de Zamora. En todas, la Cámara arguye que impera el comercio ilegal en sus modalidades de: venta callejera, contrabando, falsificación, subfacturación, venta de mercadería robada, comercialización en negro.
Los administradores de La Salada lucen indiferentes ante las denuncias. Más aún, piensan en la ampliación del sitio y la exportación del modelo. Ya se maneja la idea de llevar una experiencia similar a la ciudad estadounidense de Miami, a Paraguay, Angola. “En Miami la feria está casi lista y en Angola, hablamos con el vicepresidente y sus ministros”, revela Justo.
La confianza manda entre los administradores, sobre todo porque se ufanan de tener buenas relaciones con los gobiernos de Argentina y Bolivia. Por ejemplo, Antequera fue candidato a senador de la presidenta argentina Cristina Fernández y Saravia recuerda que ministros del mandatario Evo Morales visitaron el lugar; y no duda al contar que los dos millones de bolivianos en esa nación son votos codiciados para cualquier candidato boliviano.
Resalta que cada día de feria llegan compradores no sólo argentinos, sino desde Uruguay, Brasil, Paraguay, Chile. Quienes tienen hambre o sed pueden acudir al restaurante o los vendedores ambulantes de salteñas, dulces o refrescos al hielo. Incluso hay una capilla con la Virgen de Urkupiña y un retrato del extinto Gonzalo Rojas, el padre paceño de La Salada.
Son dos muestras más de que lo boliviano manda en este lugar. Al salir de allí, el chofer Escóbar y su coche no están para el viaje de retorno. Es mediodía y la muchedumbre serpentea por las calles por donde La Salada muestra su poderío. Un reino ilegal en plena capital argentina, que por ello es conocido como el “gigante” o el “monstruo” de la piratería en ese país.
El peso económico de la piratería en la feria de La Salada
La Asociación Argentina de Lucha contra la Piratería determinó que el negocio de falsificación de marcas mueve en Argentina 9.540 millones de pesos argentinos, unos 2.400 millones de dólares.
Uno de los sitios donde impera este problema es La Salada, definida por la Unión Europea como “el emblema mundial del comercio y la producción de bienes ilegales”. Estados Unidos la ubicó entre los 17 más grandes mercados que fomentan el fraude y la falsificación de marcas en el orbe.
En Latinoamérica, igualmente están el mercado de Bahía en Guayaquil (Ecuador), el de Ciudad del Este (Paraguay), el de Tepito en Ciudad de México y los San Andresitos de Colombia.
En el mundo, también resaltan las ferias “irregulares” de: los Pequeños Productos Básicos (Yiwu, China), de la Seda (Pekín, China), de Luowu (Shenzhen, China), el PC Malls (China), el de las Señoras (Mongkok, Hong Kong), de Harco Glodok (Jakarta, Indonesia), de Quiapo (Manila, Filipinas), las Zonas Rojas de Tailandia (Plaza Panthipm, Klong Thom, Saphan Lek y Baan Mor), los Bazares Urdus (Karachi y Lahore, Pakistán), la Plaza Nehru (Nueva Delhi, India), el Mercado Savelovsky (Moscú, Rusia) y el de Petrivka (Kiev, Ucrania).
En Argentina rige la Ley de Marcas. El artículo 31 establece para el “falsificador” o “imitador” que: “será reprimido con prisión de tres meses a dos años, pudiendo aplicarse además una multa de un millón de pesos a ciento cincuenta millones de pesos”.
Los actores punibles son: el que falsifique o imite fraudulentamente una marca registrada o una designación.El que use una marca registrada o una designación falsificada, fraudulentamente imitada o perteneciente a un tercero sin su autorización.
El damnificado puede solicitar el decomiso y venta de las mercaderías y otros elementos con marca en infracción. La destrucción de las marcas y designaciones en infracción y de todos los elementos que las lleven, si no se pueden separar de éstos.
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