domingo, 20 de diciembre de 2015

La Feria Barrio Lindo está abarrotada.

La multitud camina a pasos agitados con hambre de compra, como si estuviera yendo a abastecerse para la llegada del fin del mundo o de una catástrofe que exigirá proveerse de productos múltiples.

Esa es una de las primeras impresiones que nacen cuando uno recorre los pasillos de la Feria Barrio Lindo y las calles que conducen a uno de los mayores centros de compra masiva que tienen los cruceños.

La gente ríe y también reniega. Ríe cuando encuentra que lo que ha ido a buscar se está vendiendo a buen precio, o cuando le ofrecen una buena rebaja. Y reniega cuando se topa con el tráfico vehicular y humano.

Es que ingresar en vehículo a la feria es una tarea complicada, porque el caos de motorizados gobierna todas las arterias que desembocan en las inmediaciones de este eje comercial, donde se vende desde pestañas postizas hasta el último teléfono inteligente o el nuevo televisor que emite imágenes en tercera dimensión.

En el caos conviven, a las malas, vehículos privados y de servicio público: motorizados transitando despacio, a centímetros uno del otro, los conductores que tocan bocina para exigir agilizar la marcha, para que se respete el orden que no existe.

Por algunos momentos los bocinazos generan un contaminación acústica que desespera, y eso se nota en la cara de los conductores así como de los peatones. Algunos se tapan los oídos con las manos, como señal de que ya no aguantan más la alocada bulla.

Pero el caos también se da en los pasillos dentro de la feria, porque ahí la gente no camina con comodidad, porque los codos se encuentran, se pechan, se estorban y hay momentos en que se escuchan voces: “Apúrate hijito, no quiero que te pierdas, no te sueltes de mi mano”. Algún otro le dice a su ser querido: “Ten cuidado con la billetera, no la lleves en el bolsillo de atrás de tu pantalón”.

Prueba de calidad
Pero todo ese mal rato, esa bronca que han sentido al ingresar a la feria, se evapora cuando el cliente está frente al producto por el que ha llegado hasta aquí: “Mira mi amor, ese es el juego de cama por el que he esperado tanto tiempo”, le dice una mujer a su esposo.

Ambos están en el sector de muebles, un pasillo con los productos en exposición a los costados y por el centro la gente camina, mira, pregunta, se echa en las camas y se sienta en los sillones. Una especie de degustación física para comprobar la comodidad y la calidad de los muebles.

Pero no solo compran un producto. Los visitantes llegan con ansias hasta la sección de juguetería, y muchos lo hacen con sus niños, quienes se alborotan cuando están frente a los helicópteros y trenes eléctricos, las volquetas y las muñecas que se comportan como bebés de pecho.

Después, con los paquetes que son cargados por lo general por el papá, la familia sigue camino a otro sector de la feria: de ropa, de electrodomésticos, de adornos navideños, de teléfonos inteligentes, de abarrotes y detergentes. Al final del recorrido cada integrante de la familia carga un bolso o un paquete y camina hacia alguna calle por donde pase un micro, un taxi o hacia el parqueo donde dejaron el coche

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